A JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
Era
una noche del mes de mayo, azul y serena. Sobre el agudo ciprés brillaba la luna llena, iluminando la fuente en
donde el agua surtía sollozando intermitente. Sólo la fuente se oía. Después se escuchó el acento de un oculto
ruiseñor. Quebró una racha de viento la curva del surtidor. Y una dulce melodía vagó por todo el jardín: entre
los mirtos tañía un músico su violín.
Era un acorde lamento de juventud y de amor para la luna y el viento, el
agua y el ruiseñor. “El jardín tiene una fuente y la fuente una quimera…” Cantaba una voz doliente, alma
de la primavera. Calló la voz y el violín apagó su melodía. Quedó la melancolía vagando por el jardín. Sólo
la fuente se oía.
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